Son las 9 de la mañana del sábado en Quito, el sol todavía no termina de salir para calentar a los ciudadanos. En un edifico de nombre Antares, se ubica la oficina de FEDEDIV (Federación ecuatoriana deportiva para personas con discapacidad visual), donde el equipo Tándem se reúne y hace todos los preparativos para su día de entrenamiento. Miguel Ramos, el director del equipo, espera a sus demás compañeros, entre risas con Roberto, empiezan a llegar uno por uno, personas que no pueden ver, no obstante, eso no deja de ser un impedimento para que ellos sientan la vida con alegría.

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Una vez que están todos los deportistas, llegan los voluntarios, jóvenes entre 14 y 19 años, estos chicos brindan ayuda a las personas no videntes por medio de un voluntariado que viene de parte de un centro de personas con problemas de drogas o alcohol.

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Miguel, junto con los chicos, bajan a la bodega del edificio para sacar las bicicletas, después de tener las bicicletas en la calle, Miguel hace pareja con Roberto hasta llegar al parque donde Jean Pierre lo ayuda a entrenar. Estas personas que son deportistas con discapacidad visual, colocan sus bicicletas en la vía preferencial del transporte urbano Ecovía. 

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En esta sección es donde empieza el entrenamiento el equipo Tándem, si bien manejan en fila y tiene sus guías, la presión de ver que el Bus de la Ecovía viene por detrás o de frente a más de 30km por hora, es una sensación que deja un mal sabor de boca a quienes no están acostumbrados. Entre pitos, gritos, el sonido del viento, los deportistas no se muestran con miedo, pese a no poder ver nada.

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Luego de salir de la vía del Ecovía, toman la avenida 6 de diciembre donde manejan muy cerca de los vehículos particulares, quienes no los respetan, aunque algunos si muestran su apoyo con el ciclista, nunca faltan los taxistas quienes constantemente pitan a menos de 3 metros de los ciclistas, lo que puede moestar, desconcertar o dejar el oído algo aquejado. Sin embargo, Roberto y sus compañeros no les prestan atención y continúan, con excepción de Miguel, quien siempre que escucha un pito grita "deja de pitar"  mostrando inconformidad. Ya en el sector de la Kenedy y los ciclistas bajan a la 10 de Agosto para ingresar al parque Bicentenario.

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Al llegar nadie presenta síntomas de agotamiento o cansancio, sin embargo se toman 10 minutos para hidratarse y comer un poco de tostado con chicharrón. Después empiezan las vueltas a la pista en las diferentes marchas que posee la bicicleta para realizar un trabajo de resistencia; entrenamiento que dura una hora.

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Cuando se termina el entrenamiento, todos se hidratan y vuelven a tomar la misma ruta por la que llegaron para regresar a su lugar de encuentro para guardar las bicicleta, limpiarse las manos y secarse el sudor luego una arduo entrenamiento,una vez terminan su aseo, salen del edificio tomados de las manos y van a comer. Una vez termina su jornada, se despiden hasta el próximo fin de semana donde se volverán a reunir para tomar las bicicletas y volver a sentirse vivos con el viento que acaricia sus rostros.

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